Pues sí, así es. Y probablemente tú también, aunque todavía no lo sepas. Esa es la conclusión a la que he llegado tras un estudio de mercado muy científico que he hecho últimamente. Y es que en mi sector (la traducción) andamos todas un poco revolucionadas con la consolidación de la IA y el futuro poco halagüeño que parece aguardarle a nuestra profesión. Porque, reconozcámoslo, la maquinita ya traduce mejor que muchas personas. ¿O tú que opinas, Richard? Aunque ese es otro tema que no trataremos hoy aquí.
Bueno, pues la cosa es que a raíz de los cambios en nuestro trabajo, los altibajos en la facturación que tiran más para bajos que para altos y las perspectivas venideras un tanto oscuras, casi negras, más o menos todo mi entorno traductoril anda pensando en alternativas factibles en las que poder reciclarse a corto o medio plazo. Hay de todo, quienes se han encerrado a estudiar unas opos, los que prefieren un máster de entrenamiento de IA (si no puedes con tu enemigo [completa la frase aquí]) o las que, como yo, piensan en abrir otro negocio porque recuerdan su breve paso por la empresa privada y se les ponen los vellos como escarpias. Y aquí es cuando me empiezo a poner romántica y pienso en abrir un taller de restauración de muebles vintage, un hotel boutique con pocas habitaciones pero muy exclusivas, y por supuesto decoradas con mis muebles restaurados, un negocio de fotografía artística bordada a mano, escribir un bestseller y que hagan una película, montar una granja escuela (empiezo a perder glamour), un dúo callejero a dos voces con C. o ―redoble de tambores― abrir mi propia churrería. ¿Que cómo he pasado del hotel boutique a la churrería? Bueno, cuando me conozcas mejor verás que para mi mente no es una sucesión de ideas tan disparatada.
El caso es que un buen día como cualquier otro iba yo de paseo por mi pueblo con mis preciosos perros cuando me fijé en el cartel de “se alquila” que cuelga de la persiana de un local. El local en cuestión no es ni más ni menos que la “Churrería-heladería Ricardo” y lleva chapado un tiempo indefinido que abarca al menos el año y casi medio que llevo viviendo aquí. He pasado por ahí delante mil veces, pero las epifanías son así, llegan cuando llegan: ¿Y SI MONTO UNA CHURRERÍA? La pregunta se clavó en mi materia gris y empecé a darle vueltas todo el paseo de ida y todo el de vuelta. Los ingredientes para hacer churros son baratos: harina, agua, sal, bicarbonato. Bueno, también está el aceite. El trabajo no requiere cualificación y el horario es cómodo: de siete a doce o una. Limpiar y a mis labores. Un planazo, me pareció. Pero claro, ya C. me bajaría los humos cuando se lo contara. Cuál no fue mi sorpresa cuando al llegar a casa y contárselo me responde: ¿Cuándo empezamos? Propuso ofrecer una canción personalizada con la ración de churros. Íbamos a petarlo en TikTok. Pero como tengo mucha tierra, a pesar de ser también muy libra, decidí no precipitarme y lo comenté a mis amigos en un cumpleaños, un par de días después. ¿Una churrería? Un oficio de los de antes, de esos en los que no te puede sustituir una máquina. Y sin competencia en el pueblo. De momento me salieron dos socios potenciales y voluntarios para freír y atender las mesas. Alguien propuso incluir churros para celíacos en la carta. Que la gente los pide por Glovo, hay que tener olfato. Pues vaya con la idea.
Al volver a casa, C. insistió. En el paseo estudiamos mejor las posibilidades y a ojo de buen cubero valoramos la inversión. Pasó otra semana y vinieron mis tíos de visita. ¿Una churrería? Bueno, la peste a frito no me la iba a quitar nadie, pero todo el mundo sabe que el rico del pueblo siempre ha sido el churrero. Fíjate que el del Realejo se jubiló rondando los cincuenta porque ya había ganado todo el dinero que tenía que ganar en su vida. Y se compró una casa en la playa a tocateja y ahí se retiró. También habría que ofrecer un “menú ciclista” que incluya un plátano con los tres euros de porras, que son muy de churros los ciclistas y al pueblo vienen muchos.
Parecía que el plan iba tomando forma, pero estas cosas hay que pensarlas bien. Una semana más tarde quedé con las compañeras del pueblo para desayunar. Era domingo y el bar de la plaza estaba de bote en bote. El pobre Miguel no daba abasto sacando cafés y sirviendo tostadas. Y alguna sacó el tema de la churrería. ¿Os habéis fijado en que la de Ricardo se alquila? En este punto me puse tensa, ¿entonces ellas también lo habían pensado? La que la abra se monta en el dólar, insiste otra. Es justo lo que falta en el pueblo, un buen sitio para desayunar. ¿Y a quién no le gustan los churros? Habría que incluir una buena carta de tés e infusiones y varias opciones de leche vegetal para el café. Y alguna tarta; la de la Madre de Cris, que vienen ya hechas y se venden solas. Parece que una de ellas se lo ha sugerido a no sé qué amiga que está en el paro. No, si verás que al final me levantan la churrería, voy a tener que ponerme las pilas.
Así que ya lo ves, no he seguido preguntando, pero es que en realidad no me hace falta. Mi estudio completo y concluyente lo confirma, avalado por distintas fuentes y grupos de edad: la churrería, el negocio sin fisuras. Pregunta por ahí y verás como todo el mundo está de acuerdo. Y si a ti también te gusta la idea, no seas desleal y recuerda que la de Ricardo ya me la he pedido yo.
Hoy también os traigo una sorpresita: ¡una sección nueva! El nombre lo acabas de leer y la imagen igual te ha dado una pista sobre su contenido. Y es que a mí cuando me da por una canción, me da, y cada pocos días tengo flechazos-bucle que por supuesto también cantamos C. y yo todo el rato. Así que pensé que quería hablaros de esto porque, como pasa con los churros, ¿a quién no le va a gustá una buena canción? Pero como soy un poquito intensa, pues hoy no os traigo una, sino dos. Vamos allá; música, maestro:
La primera es “Solo pienso en ti”, de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, cuatro chicos que no se complicaron mucho la vida para elegir el nombre de su banda. Un temazo donde los haya que me transportó a un pasado mejor nada más empezar a cantarla C., al que tuve que comerme a besos por resucitar esa antigua melodía casi olvidada en un rincón de mi mente. Una nostálgica canción sobre un cortejo en modo analógico y sin tínderes de por medio. Un pintor y una modelo, ¿el plan maestro de Cupido, a lo mejor? James Cameron está de acuerdo conmigo en que sí, que justo este finde he revisto Titanic con mi sister y mi sobrina y la famosa escena en la que Jack dibuja a Rose no deja lugar a dudas. En fin, sin más dilación, tanto si la conoces como si no, aquí abajo te dejo nuestra versión:
Otra cancioncilla que me ronda estos últimos días gracias a un divertido encargo de traducción de diez mil conceptos y comandos de un software para máquinas de mecanizado de madera es “Get me away from here I’m dying” de Belle & Sebastian. O lo que es lo mismo: “Señor, llévame pronto”. Además, he descubierto que incluye una estrofa muy pánfila, por lo que motivo de más para traérosla hoy aquí:
Oh, I'll settle down with some old story
About a boy who's just like me
Thought there was love in everything and everyone
You're so naïve
Este bucle es tan reciente que no nos ha dado tiempo a grabarlo, pero os dejo un enlace a YouTube que siempre es bien.
Y nada más. Hasta la próxima, queridos y queridas míos. Disfrutad de este inusitado domingo de primavera en febrero.
María eres una fuente inagotable de creatividad e imaginación, estoy segura de que harás divinamente tu proyecto, ya lo has demostrado en otras ocasiones,escribes, cantas, restauras, emprendes, lo tuyo es increíble. Te quiero y te apoyo.
Me encanta la idea de la churrería, pero no comparto lo de "el trabajo no requiere cualificación" 😄. Han sido muchos los intentos de hacer churros en la viña y pocos los éxitos. Pero ánimo con el proyecto que tú seguro consigues sacar la receta del Colón