El martes que viene tengo una cita para que me hagan un diseño de cejas. He visto muchos vídeos y en ellos, las estilistas expertas sacan todo un arsenal de artilugios, mezcla de herramientas de dibujo técnico con instrumentos de navegación y empiezan a pintarte rayas paralelas y diagonales en la frente, el entrecejo y las cejas propiamente dichas hasta que consiguen el diseño perfecto que armoniza con tus rasgos, expresión y forma de la cara. Toda una obra de ingeniería on your face. Por si nunca lo habéis visto, se parece un poco a esto:
Yo, que perdí las cejas allá por la adolescencia y siempre me he sentido afortunada por no tener que pasar por el suplicio de depilármelas como mis amigas, he asistido fascinada al boom que han experimentado estas pequeñas franjas de vello facial a lo largo de los últimos años. Y es que, hoy en día, ya no es una suerte no tener cejas. No señora, porque ahora resulta que están de moda y hasta hay diseños de cejas de temporada, y lo mismo te sirven unas «geolift», que unas «disco brows» o unas finas estilo años 90, que al menos esas sí sé cómo son. Pregúntale si no me crees a la Pedroche, a ver qué te cuenta. La verdad es que no tengo ni idea de qué es lo que me harán el martes, pero ando un poco nerviosa con el tema y me he hecho algunos simulacros en casa con el lápiz de ojos. Ahora más pobladas, ahora un poco más a lo Martirio. Ahora más oscuras, más curvadas, un poco menos. Ninguna me termina de gustar. Resulta sorprendente lo mucho que me cambia la cara con unas cejas —ríete tú de Clark Kent y sus gafas— y eso, claro, me hace dudar. Pero al mismo tiempo me ilusiona la idea de volver a tener cejas. Porque antes de tomar esta decisión me he pasado al menos un par de semanas fijándome mucho en la gente y he podido comprobar que todo el mundo tiene cejas. Haced la prueba. ¡Hasta los niños! Y nadie parece sorprenderse. De modo que ¿por qué no iba yo a ser menos?
Llegados a este punto, a lo mejor os preguntáis, ¿y si llevas toda la vida sin cejas, por qué te ha dado ahora por ahí? ¿Es que tú también te has dejado llevar por el rebaño? Pues bien, dejando a un lado el hecho de que soy carne de marketing —es así, de poco me sirve negarlo—, resulta que no es lo mismo tener veinte años y no tener cejas que tener cuarenta y seguir sin tenerlas. En el primer caso es algo un poco exótico, divertido, la época de tendencia ceja-fina acompaña y ni se te pasa por la cabeza. En el segundo, en cambio, parece algo más bien producto de la edad, «mírala, ya se está quedando sin pelo, criaturica». Como nuestras abuelas entrañables que ya las han perdido del todo y se las pintan cada mañana, solo que yo todavía tengo la mitad de años que ellas y me parece pronto para caer en ese ritual. Así que la pregunta es inevitable: Si no tener cejas me echa años, ¿tenerlas me los quitará? Comprobarlo resulta demasiado tentador.
Y es que, admitámoslo, lo de las cejas no es lo único. También está lo de las patas de gallo —la arruga es bella—, los mofletitos que empiezan a ceder a la gravedad a ambos lados de la cara, dándome cierto aire de sabuesita pachona cuando me despierto por la mañana. Las líneas de marioneta —mi más profundo respeto a la persona que bautizó de este modo a las arrugas profundas que salen a ambos lados de la barbilla, desde el mentón hasta la comisura de los labios—, la pérdida de tersura en el cuello, el abdomen y el cuerpo, así, en su generalidad. Sin olvidarnos, por supuesto, de las canas. Porque esa es otra. Aunque, a decir verdad, esta yo pensaba que la tenía dominada. Tengo ya bastantes y suelo lucirlas con orgullo, porque están así como muy dispersas y hasta parecen reflejos o mechitas. Fácil. He presumido mucho de ellas, me he alzado a mí misma en adalid de la reivindicación de la mujer sin teñir. El referente que necesitan mis sobrinas de que una mujer puede ser joven y tener canas, exactamente igual que los hombres. Me he enorgullecido de mi pelo «virgen» y he condenado la dependencia de la peluquería y los tintes. Otra forma de esclavitud moderna. Todo muy bonito hasta que la semana pasada me llaman mis colegas, «oye que tenemos que hacernos fotos nuevas para la web, nos vemos el sábado en la Puerta Elvira a las diez». Y el viernes por la noche, en un momento de bajón después de un largo día traduciendo en pijama, ante un espejo inmisericorde que solo me devuelve líneas de marioneta y ojeras cerúleas, me vacié sin pensarlo un sobre de henna color caoba en la cabeza. Así, como os lo cuento. Y tan contenta que me quedé con mis canas pintadas de cobrizo. Seguro que quedan genial con las nuevas cejas que me harán el martes.
En fin, desde luego no es fácil cumplir cuarenta. Aunque ya hace unos meses, me cuesta creerlo. Debió de pasarle a otra María, porque hay días que yo no me acuerdo de eso. Y lo bueno que tiene la henna es que es temporal y se va con los lavados. Como las cejas que me van a diseñar el martes. Y si al final no me gustan, al menos durante unos días tendré una identidad secreta y podré hacer locuras como vestirme de manera estrafalaria, hablar con acento raro o cantar a gritos por la calle antes de que todo el mundo acabe atando cabos y se dé cuenta de que la señora esa de las cejas soy yo.
P.D. No me he olvidado de la sección El bucle ni tampoco la he cancelado, pero sí he decidido darle su día de publicación exclusivo para no mezclar ni abrumar con demasiadas cosas. El día 20 os llegará con una nueva cancioncilla, al menos. Es lo que tiene ir improvisando, que hay que hacer cambios sobre la marcha. Gracias por vuestra paciencia.
Pronto cumpliré los 60 y sigo preguntándome si yo no me fijo en la gente, por qué la gente se fija en mí. Recuerdo cuando mi suegra me dijo una vez "quién te hace las cejas? " Rápidamente me eché mano a ellas como tapándolas. Qué le pasa a mis cejas? Nunca me había parado a pensarlo.
Aunque no soy nada de fijarme en el aspecto de las demás, sí pienso que es divertido cambiar tu aspecto si en un momento dado te apetece. Por qué no? hoy podemos parecer un poco menos jóvenes que ayer y más mayores que mañana. O al revés 🙃 según te convenga