«Esa tiene voz de estar delgada» piensa Rocío sentada en el retrete mientras contempla sus gruesos muslos blanquecinos. Se pellizca una cacha y observa los bultitos de grasa acumularse en el hueco que forman ambas manos. «Cuando esté morena se notará menos », se dice a la par que se sube las bragas y se baja la falda del estrecho vestido rosa fucsia que apenas le cubre las amplias nalgas. Sale del estrecho cubículo que ocupaba en el baño de señoras de la zona de acampada C a la vez que una chica rubia un par de puertas más al fondo. Lo que ella decía, una delgaducha, confirma mirándola de arriba abajo a través del espejo. Tendrá más o menos su edad. Pero seguro que no ha parido tres veces. La chica saluda con una sonrisa que Rocío le devuelve mientras abre el grifo para lavarse las manos. Todavía no son las doce y el suelo de los baños ya está cubierto de un barrillo color caramelo formado por la fina arena dorada que desde ese día y durante el próximo mes la acompañará allá donde vaya, incrustada en su cuero cabelludo, entre los dedos de los pies y las uñas de las manos. Pegada a las toallas, el hule, los asientos de las sillas y hasta las sábanas de la cama. Antes de salir del baño se arregla el moño y vuelve a ajustarse la pinza de plástico verde neón. Se recoloca el voluminoso pecho que se desborda del escote en V de su vestido rosa y se retoca la raya del ojo antes de volver a la parcela para supervisar los avances de José Antonio, que estaba gestionando la instalación de la nevera. Espera que ya esté lista para organizar toda la comida que traen de casa en sendas neveras azules abarrotadas.
—¡José Antonio! ¿Está ya la nevera o qué?
—¡Qué va, hija! Estoy liao con la tele, que no pilla los canales.
—¿Otra vez? Tos los años igual, ya podías arreglarlo de una vez pa otra.
—¡Lo que te gusta quejarte! Intenta hacerlo tú con esta antena del año la polca.
—Lo que tú digas, ¡pero arregla ya lo de la nevera que con esta calor se nos va a echar to a perder! Luego sigues con eso.
Mascullando una queja incomprensible, José Antonio deja la sintonización de los canales a cargo de David, su primogénito adolescente, y pide ayuda a su compadre Paco, de la parcela contigua, para mover la nevera que le han dejado a primera hora delante de la caravana fija que tienen instalada en el camping Doñana desde hace ya demasiados años. Rocío se ha puesto a barrer la lona de plástico verde que cubre el suelo de la que será la zona de cocina y comedor exterior cuando todo quede por fin colocado.
A esa hora de la mañana, las chicharras ya entonan su canto enfurecidas y el calor se pega a las carnes de Rocío como las moscas a un charco de almíbar. El flequillo le cae en dos húmedos mechones negros a ambos lados de la cara y un cerco de sudor le brilla en la frente y sobre el labio superior. Molesta y cansada del esfuerzo de barrer, pide ayuda a David para llenar la nevera que José Antonio y Paco han dejado por fin en su sitio y funcionando.
—¿Ande leches están tus hermanos que no los veo desde que llegamos?— le pregunta al muchacho, que le va pasando chorreantes paquetitos de papel albal que ella guarda con esmero en la balda correspondiente.
—Están con mi Loli— responde Paco desde su parcela.
—¿Que han ido a la piscina?
—Eso.
Rocío asiente con la cabeza y sigue con sus tareas. Guarda la comida, vacía el aguachirri que ha quedado en el fondo de las neveras azules y las pone a escurrir, organiza la cacharrería de la cocina, monta la mesa con las sillas plegables, hace la cama y guarda la ropa de toda la familia en los distintos armaritos de la caravana. Para cuando termina, hace un buen rato que José Antonio está sentado, cerveza en mano, viendo la tele que a todas luces ha conseguido sintonizar. David está absorto en la pantalla de su teléfono móvil y los mellizos Manuel y Rafa, todavía en bañador, mojados y descalzos se están peleando por la vieja BMX roja. Sin apartar la vista de la tele, José Antonio pregunta por la comida y los pequeños gritan que quieren hamburguesas. David sigue en su mundo. Entonces, Rocío se planta delante de la TV con las manos en jarra y vociferando un par de órdenes, en pocos minutos consigue tener a toda la familia sentada en torno a un hule decorado con motivos de rosas rojas, corazones y la palabra LOVE. Sobre ella hay una fuente de papas aliñás, una barra de pan y una bandeja de filetes empanados, un litro de cerveza y una botella de refresco de cola de marca blanca. Rocío no permite que nadie toque nada hasta que cada uno tiene su vaso, plato, cubierto y servilleta correspondiente. Por último, requisa el móvil de David y da por fin la orden para empezar a comer, siempre acompañados de la voz enlatada de la TV.
Por la tarde, después de fregar los platos y recoger la cocina, Rocío está por fin sentada en su silla favorita, con los pies descansando sobre un taburete plegable. José Antonio está durmiendo la siesta y los niños están entretenidos, cada uno con su respectiva pantalla. Cuando pase un poco el calor bajarán un rato a la playa, pero hasta entonces, es su momento. Se ha preparado un café, ha sacado la bandeja de rosquillas que les ha hecho su suegra y sobre su regazo descansa una revista de cotilleos que aún no ha tenido tiempo de ojear. Entonces, ve pasar a la rubia del baño camino de la playa. Está muy morena. Lleva una ajustada camiseta blanca de tirantes y un pantalón corto de rayas marineras. Va acompañada de un chico alto y moreno, musculoso. Los dos llevan gorras de visera de estilo surfero y van conversando. Ella le sonríe mientras camina con garbo, luciendo sus esbeltas piernas sin un gramo de celulitis. Parece sacada de una de sus revistas. «Pero seguro que no ha parido tres veces», piensa Rocío, llevándose una rosquilla cubierta de azúcar a la boca.
Muy fan de Rocío 🥰!!
Peazo de vacaciones....
Bravo María¡